La idea de un continente poblado de faunos, sátiros, centauros, dríadas y ninfas resultaba absurda; un continente ubicado en un lugar tectónicamente imposible, en el que la magia funcionaba y las plegarias a los dioses recibían respuesta, si bien no siempre la esperada; un lugar en el que las brújulas perdían el norte, los relojes se paraban y los microprocesadores se convertían en un trozo inerte de silicio; donde la electricidad no era más que el nombre que se le daba al ámbar. Un lugar que, sencillamente, no debería existir.
Sin embargo, un día, a principios del siglo XXI, por algún motivo que se desconoce, la Atlántida «reapareció» en mitad del Atlántico y en los siguientes años el mundo fue cambiando, como si dos concepciones distintas del universo se estuvieran mezclando. En las zonas de influencia atlante, la magia funcionaba, pero cualquier tecnología más compleja que el vapor, no. En las zonas de influencia «terrana» funcionaba la tecnología pero no la magia.
¿Y que pasaba en aquellas zonas sometidas a ambas influencias?»