Me levanté temprano, a las 7’30, con la idea de ir hasta el nuevo emplazamiento que nos acogerá durante Dios sabe cuánto tiempo a modo de oficina. Me tomé un café en el Mavi, la cafetería de siempre al lado de la actual oficina, y caminé durante unos 20 minutos algo triste por la perspectiva de lo que tenía por delante.
Algunas horas más tarde todo cambió. Nada más llegar, Tolo y Toni, mis dos nuevos vecino de aventuras, se pusieron conmigo a mover las estanterías (unas 30) que había allí aparcadas y poco a poco las fuimos ubicando todas. Cupieron todas, al contrario de lo que me temía, pero lo más importante fue el feeling que hubo. Hacía tiempo que no trabajaba con gente desinteresada, con gente que no estuviera mirando todo el puto día el reloj para ver cuál era la hora de irse, con gente a la que no le molestase trabajar y ayudar, y lo cierto es que eso siempre se agradece. No quiero generalizar, pero lo cierto es que en ese aspecto, excepto honrosas excepciones, he echado en falta este tipo de cosas.
Hemos colocado todas las estanterías, comenzado a poner cosas en ellas y finalmente nos hemos ido a comer a un chino.
Y encima, el despacho está quedando de miedo y ya está incluso casi pintado