EROS 114 ya a la venta.
10 agosto, 2010 | 0 Comentarios

Este número, además de historias clásicas como las de la Profesora Viciosa, Lara Jones o ‘Cuando el timbre suena’, en la sección del Cuatro Trasero contamos con una amplio reportaje sobre fotógrafos eróticos de la talla de Inez Van Lamsweerde y Winooh Matadin.

Como siempre, os dejamos con el editorial de ese número escrito por nuestra jefa y amiga Raquel Rubio.

Para no perder la costumbre, comenzaremos con un “Decíamos el mes pasado…”. Y es que hace 30 días acababa el editorial comentando el hecho de que la imaginación masculina es en muchas ocasiones mayor incluso que su capacidad de pensar en el sexo, aunque tras escribir aquellas palabras pude comprobar y constatar una certeza de la que era ya largamente consciente desde hacía tiempo: Hay algo todavía mayor en el hombre que su imaginación o ganas de practicar el sexo (y no me estoy refiriendo al pene de muchos de vosotros), y es sus ganas de contarlo.

Lo reconozco, las mujeres somos consideradas cotillas por excelencia, y no negaré la mayor en muchos casos, pero estaréis de acuerdo conmigo en que muchos de vosotros sois del gremio “O lo cuento o reviento”.
Efectivamente, parece haber una máxima masculina que dice “¿Para qué hacer una cosa si luego no puedo contarla?”, y que se suele poner en práctica hasta sus últimas consecuencias, caiga quien caiga, matrimonios, familia o puestos de trabajo.

Ejemplos de esto hay bastantes, aunque quizás el más paradigmático sea el del torero Luis Miguel Dominguín el gran amor de Ava después de Frank Sinatra. Se dice del torero que era como un dios, con una presencia y un porte sin igual, y con todo tipo de contactos que iban desde Picasso, a Hemingway o el mismísimo General Franco. Fue durante el romance entre la Gadner y Dominguín cuando surgió una frase que se ha hecho popular por estos lares. Cuenta la leyenda que tras acostarse juntos por primera vez, él se levantó y Ava Gadner le preguntó: ‘¿Adónde vas ahora?’, a lo que el torero respondió: ‘¿Cómo que adónde voy? ¡A contarlo!’ Preguntado en alguna ocasión al respecto por esta anécdota, el torero confesó ‘A ella, no se lo dije, pero me pareció de lo más ingenioso contarlo…’
Y no deja de ser curioso el escuchar en un desayuno en el trabajo aquello de ‘No adivinarías nunca con quién me costé anoche’, lo cual no sería grave si las persona en cuestión no estuviera casada, arriesgándose a que aquella información acabe en los oídos no adecuados, porque ya se sabe que uno es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras.
Y cerrando con otro refrán, no estaría mal recordar aquello de que ‘Por la boca muere el pez’. De modo que amigos míos, sopesen las consecuencias de contar según que cosas, o al menos tengan en cuenta a quién se lo están contando.

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