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Y como siempre, os dejamos con el editorial de ese número, escrito por la jefa Raquel Rubio:
En muchas ocasiones he hablado en esta página con la que se abre la revista de la diferencia existente entre la mente de los hombres y las mujeres. Siempre he sostenido que las diferencias mentales que separan a ambos sexos son mayores que las físicas. Y esto es un hecho probado científicamente: que los hombres y las mujeres procesan la información y los sentimientos de una forma distinta dependiendo de su sexo, de tal modo que un sexo tiene más facilidad parece unas cosas y el otro para hacer otras (cosas relacionadas con el sentido espacial, la orientación, la concentración, el poder hacer varias cosas a la vez, etc.).
Esto hace que me provoque mucha gracia la insistencia de muchas personas divididas en bandos disociados ya para siempre, en considerar al hombre y la mujer iguales (las feministas) o diferentes (los machistas, que entienden esa diferencia como una inferioridad), punto éste polémico que considero encuentra su armonía en la palabra que realmente nos define: equivalencia. Los hombres son mejores que las mujeres en algunas cosas y las mujeres lo somos en otras (y no me estoy refiriendo al “pensar” por un lado y “planchar” por el otro), realidad que muchos obvian y provoca que vivamos en un mundo de entuertos en los que las parejas no se entienden y viven en guerras tribales eternas en busca de una armonía que nunca llegará por mirar las cosas bajo un prisma que no es real.
No sé si viene a cuento, pero me hace mucha gracia el que muchas personas racistas se consideren superiores por ser blancos frente a los negros; obviamente la estructura física de cada raza también es distinta, pero como me decía un amigo negro que parecía un tanque de grande que era, “el que soy más grande es un hecho, está ahora por demostrar que no sea cuando menos igual en otras cosas”. Y me hace gracia porque encima no hacía referencia a al potente, poderoso y enorme atributo físico con que Dios le había dotado, no sé si porque no lo había comparado nunca con otros y consideraba que todos los penes eran iguales, o por falsa modestia, pero puedo dar fe de que era enorme y en las noches de soledad sigo teniendo fantasías de todo tipo con él… Y véase esto como otro ejemplo de lo maravillosa que es la mente humana que recuerda simplemente las cosas buenas, porque en realidad no resultó muy placentera la experiencia sexual con aquel pene de por medio (dicho así puede resultar muy frío), aunque los detalles los dejaremos para otro día… Digamos simplemente que hubo que consumar fuera del coito; joven que era una, porque seguramente en estos momentos no habría dudado ni un momento.
Y eso es todo por hoy, el mes que viene, la respuesta -después de más de diez años- a, ¿a qué edad perdiste tu virginidad?