Este jueves hemos amanecido con la triste noticia de la muerte de la gran ilustradora Trini Tinturé, autora, entre otras de Emma es encantadora o Un hechizo conflictivo (Dolmen, 20022). En Desde Británia con amor (Dolmen, 2023), también se recoge otra obra suya: Lo que vio Jenny.
Tinturé, con más de 60 años de carrera, fue galardonada en el año 2023 con el Gran Premi Còmic Barcelona al Salón Internacional del Còmic.
Desde Dolmen, nos sumamos a las muestras de reconocimiento, recuerdo y homenaje a la autora y lo hacemos con esta entrevista que le hizo David Aliaga en el año 2022 como parte del material extra del libro Un hechizo conflictivo.
Un hechizo conflictivo se publicó por primera vez en 1980, para el mercado inglés, con el título A Spell of Trouble. Pero para entonces Trini Tinturé ya había recorrido un largo camino como ilustradora y autora de cómic. ¿Cómo comenzó ese camino?
Mis primeros dibujos los hice en la parte de detrás de recibos de la luz, cartillas de racionamiento… En Lleida estábamos en ese plan, entonces. Todavía conservo algunos de los dibujos que hice de pequeña en una carpeta. Dibujaba sobre todo chicas, figurines, modelos de moda…, que era lo que más me llamaba. Era lo que yo leía, estaba enganchadita a ese tipo de revistas y de cómics, y cuando me ponía a dibujar era lo que me salía.
¿Y cuáles eran esos cómics y revistas que tanto te gustaban? ¿Recuerdas algún personaje en particular?
No te sabría decir… Historias de chicas, cuadernos de hadas… Aunque de los cuadernos de hadas me cansé pronto, porque siempre acababan igual, con un hada que aparecía y resolvía el lío, y eso me parecía un poco tontorrón.
Decides ser dibujante en la España de los años cincuenta, en la que además de que la posguerra todavía se dejase sentir en las condiciones de vida de las personas y de que el país estuviese bajo una dictadura, el papel de la mujer en la vida pública y cultural estaba realmente limitado. Para empezar, ¿cómo vivieron tus padres que quisieses trabajar como dibujante de cómics?
No era lo más habitual que una mujer joven se dedicase a los tebeos, pero mis padres ya sabían que me encantaba dibujar, porque me veían hacerlo todo el tiempo en casa. Y era algo que yo no quería dejar de hacer, no quería quitármelo. Así que, al final, dijeron: “Bueno, pues si no quiere hacer otra cosa y le gusta tanto, y dicen que lo hace tan bien, dejémosla y a ver” (risas). También fue gracias a los profesores del Círculo de Bellas Artes de Lleida, que les explicaron a mis padres que era una persona superdotada para el dibujo. Leandro Cristófol [hoy da nombre a la Escuela de Artes Municipal de Lleida] habló con mi padre y le dijo que no podían truncar una vocación como la mía. Y entre eso y que gané la medalla de oro del Círculo, que fui la primera mujer en hacerlo, al final me dejaron ir a Barcelona.
También tuve la gran suerte de que en Barcelona vivía una tía lejana, de la familia de mi padre. Todo fue viniendo rodado, porque sola no me hubiesen dejado ir, y tal como estaba la familia tampoco nos lo hubiésemos podido permitir. Pero a mi tía le parecía bonito que dibujase, y pensó que había que ayudarme. Además se daba la circunstancia de que ella regentaba una casa de huéspedes en Barcelona y necesitaba a alguien que le echase una mano. Así que allá me fui. Trabajaba con ella y, al mismo tiempo, iba dibujando, escribiendo a las editoriales…
¿Cuáles fueron los primeros trabajos que te llegaron al mudarte a Barcelona?
Trabajé haciendo ilustraciones para una academia de chóferes. También algunas cosas de publicidad. Me parecía bien cualquier encargo que me llegase, con tal de poder dedicarme a dibujar.
La publicidad ha estado a punto de privarnos a los lectores de cómic de algunos grandes dibujantes. No sé si conoces la anécdota, pero John Romita, uno de los grandes dibujantes de Spider-Man, estuvo a punto de marcharse de Marvel Comics porque le resultaba mucho más rentable trabajar para agencias, aunque le gustase más hacer tebeos…
A mí me pasó algo parecido. La publicidad era más rentable, pero también exigía un horario de oficina que no iba conmigo. Veníamos de la posguerra, y mi madre me decía “hija, que te ofrecen un sueldo fijo…”. Pero a mí me gustaba más dibujar otras cosas, aunque no te diesen la seguridad de un contrato, de estar en plantilla. En el cómic te hacían encargos, a tanto la página, y ya.
¿Cómo llegan los primeros encargos del mundo editorial?
Uno de los primeros fue a través de un hombre, creo que no hace falta dar el nombre, lo importante es el hecho, que me convenció para dibujar unas páginas que luego firmaba él. Lo hacía con más gente. Conmigo era fácil porque yo intentaba ser dibujante por todos los medios y era una mujer joven, aunque no sé si también se lo hacía a algunos chicos. Pero también tenía mi genio, y un día ya no pude más y me presenté en la editorial y dije “miren, soy Trini Tinturé y yo soy la que ha hecho estos dibujos”. Y el director me dijo que se lo había imaginado antes de que abriese la boca, porque era igual que mis dibujos (risas). A partir de ahí, ese intermediario que firmaba mis dibujos desapareció y empecé a trabajar para la editorial directamente.