El Antifaz del Guerrero

MIl gracias, la verdad es que esperemos que te guste una vez acabado. Hemos hecho un esfuerzo por lograr una obra a la altura del creador y del personaje

«TEMPLOS de la soberbia,/ trinos áureos de cormorán o fénix,/ de ave roc sometida al infausto destino de existir,/ ved la caída del maligno,/ la seda de su clámide ultrajada,/ el sangriento rubor que horada sus mejillas./ Comtemplad la cenefa violeta de sus ojos,/ el mórbido dislate de sus miembros, heridos y nocturnos,/ el faisán tremolante del penacho tristemente olvidado entre palmeras tunecinas,/ la entraña abierta del abismo,/ toda la miserable claridad infernal del ajedrez divino./ Ved la panoplia de los triunfos,/ el rosado boudoir de los epítetos,/ la melánica espuma,/ los reflejos del sol en el parterre,/ el guarismo fatal de la disnea./ Preguntas por su voz,/ versículo sagrado de pasión y de acidia,/ su voz en el amor como una sura en anaqueles de armonía,/ como una cimitarra hendiendo un árbol o el corazón de un niño./ Preguntad por los títulos de gloria que sus antepasados ostentaron,/ los menhires de Homero y del Profeta,/ la rosa de la corte./ Nada persiste ya./ Cían los plectros hacia un boom de silencios./ Se precipita el Almagesto hacia la duda en aluvión de cúficas astronómicas,/ toda Estagira encuadernada en nácar y marfil,/ la cornalina de los hierros candentes en la espalda,/ hacía el imperio de la bruma,/ pitonisa de sándalo y melancólicas galeras./ Qué cilios derrocaron el puente de las dagas,/ qué gobernalle dirigió la proa de su drakkar,/ los proyectiles de sus catapultas, contra las mancebías de Al-Andalus,/ los enhiestos pilonos del placer, sus adarves y sus shaitanes perfumados./ Qué naipe, qué presagio, qué corneja siniestra/ salvo la piedra y condenó la pluma./ Entre inflexiones álabes de acero, el cuerpo de la virgen./ Hiede la primavera, tunificad el aire./ Sonrisa de la bestia entre los álamos./ Lentamente los búhos se suicidan./ Al-Mutabbi sueña su poema./ Aljibe, no hay aljibe que contenga tu sangre,/ tus cenizas, no hay cofre, no hay tiniebla que no hayas sido tú./ Ácido edén de perlas tu mirada/ (son topacios: palomas amarillas),/ reconstruir tus pálidos serrallos con lágrimas de ajenjo,/ con palustres gumías, a traición./ Invoquemos los crímenes de antaño./ Oh dios de los pantanos, del saber y del odio,/ contempla el suave ritmo de las fuentes,/ sus labios que son llave y conjuro de belleza,/ la perenne dulzura de su canto…» («Alí Kan atraviesa los muros del misterio» – Luis Alberto de Cuenca). …Gran libro. Muy recomendable.