El blog del autor: Házael González
8 mayo, 2020 | 0 Comentarios

El blog del autor: Encuentros en La muerte Negra con Házael González. Segundo destino: Montserrat

¡Descubre cómo se forja una idea o un lugar y se traslada al papel!

 En la anterior entrada, el recorrido virtual fue Kaffa, el primer destino que transcurre en la novela: La Muerte Negra, y la primera ciudad donde se inició la Peste Negra en la Europa de 1346. En este segundo viaje el autor Házael González  propone en este segundo viaje llevarnos a Montserrat. 

SEGUNDO DESTINO: Montserrat

             En el ya lejano y siempre mágico 1997, me mudé a Barcelona para finalizar mis estudios de Historia del Arte. Vivía en un precioso piso modernista de altísimos techos con cinco estudiantes. En él ni siquiera teníamos televisión. Me recuerdo escuchando por las noches la emisora catalana RAC105, que emitía de todo un poco (desde potente música electrónica hasta cançó protesta, pasando por éxitos del momento más o menos prescindibles). Supongo que fue allí donde escuché una versión rock de “El virolai”, el himno dedicado a la Mare de Déu de Montserrat, popularmente conocida como la Virgen de la Moreneta por su color de ébano. Esa canción – y alguna otra que en todo caso nunca he podido identificar- se me pegó en las neuronas. Alentado tanto por el misterio del lugar como por el alucinante descubrimiento que habían hecho en su museo ¡Nada menos que un cuadro de Dalí que llevaba décadas perdido! (“Composición con Tres Figuras, Academia Neocubista”, de 1926).

Le propuse a una de mis nuevas amistades que fuésemos un día a visitar el famoso monasterio. Y ella, que había estado de niña, me dijo entusiasmada que era una excursión preciosa, y que le parecía una propuesta magnífica.

            Pero no solo no llegamos a ir nunca, sino que cuando escribí La Muerte Negra, todavía faltaba casi una década para que yo mismo lo visitase.

            Fue en el verano de 2017. Estaba en una convención acompañado de un familiar. Una de las opciones que teníamos era la de ir de excursión a Montserrat, y por supuesto que no nos lo pensamos. Aunque por descontado, os diré para empezar que si tenéis la oportunidad, no se os ocurra visitarla en verano, porque al sofocante calor mediterráneo, se le unen las hordas y más hordas de turistas que te obligan a hacer cola en todos los sitios (la iglesia, el museo, las cafeterías y las tiendas de recuerdos…) y a contemplarlo todo con celeridad y bastante apretujado.

Teniendo en cuenta cómo es el siglo XXI, y sabiendo lo lejos que ha llegado el turismo -y más el religioso-, nadie puede esperarse que los santuarios más populares sean lugares de recogimiento y oración. Sin ir más lejos, no he estado nunca en Lourdes o en la Meca, pero sí en el Vaticano… y sea cual sea el credo que practique cada uno, puedo decir que la Basílica de San Pedro de Roma es un lugar cuando menos bullicioso y muy poco propicio para la intimidad.

            Sin embargo, y teniendo en cuenta que habían pasado más de seiscientos años desde los tiempos medievales, era de esperar que aquel lugar ya no fuese el mismo, aunque al mismo tiempo, sí lo seguía siendo, ya que su particular perfil de sierra (la traducción de la palabra Montserrat es precisamente esa, “monte serrado”) seguía siendo en esencia el mismo. Al igual que el ambiente que lo envuelve y que a pesar del gentío, continúa dándole ese mismo aire misterioso y también mágico que ha tenido desde siempre.

Apoyados en uno de los muros y observando el despejado paisaje, mi primo, que había leído la novela y la recordaba, me comentaba que aquel monasterio ya no era exactamente el mismo que yo había reproducido en mi libro.

MONTSERRAT EN EL LIBRO 

            Aunque a fin de cuentas, sí lo era. Recuerdo haber investigado en su momento acerca del monasterio del siglo XIV después de constatar en un mapa que se había librado de la pandemia, y llegando a la (rápida) conclusión de que no tenía la información suficiente como para reconstruirlo con exactitud, opté por la solución fácil de lugares comunes. Después de todo, ¿Qué necesitaba más allá de alguna celda, una biblioteca, un huerto o una capilla, o tal vez un despacho?

Fue este el primer esbozo que escribí del libro, y era un capítulo de prueba para observar la reacción de mi editor y de su equipo de lectores. Además, era probable que fuese uno de los primeros momentos de la historia, si no el primero.

Partiendo de esas premisas ¿Por qué no reducirlo todo a un encuentro de dos hombres en el despacho del abad? En aquella época, Montserrat ya era un monasterio benedictino que aún dependía del de Ripoll. Desde luego, contaba con su propia jerarquía, y es más que seguro que albergara una impresionante biblioteca.

¿Y qué mejor lugar entonces para un reo al que habían apresado en las tabernas portuarias de la cercana Barcelona?

¿Por qué uno de los mandatarios religiosos se había interesado en cuanto su amigo el gobernador de la ciudad le había dicho que aquel tipo extraño había estado en las lejanas tierras de Al-Andalus, y hablaba y escribía la lengua de los infieles?

            Y lo demás, por supuesto, fue fácil. Repasemos juntos ese capítulo en concreto. Te darás cuenta de que lo único que veremos del monasterio de Montserrat es una sola estancia de la que ni siquiera se dan demasiados detalles, pero gracias a la conversación que mantienen quienes están en ella, nosotros somos capaces de imaginar todo lo que ya hemos citado antes y de lo que apenas tenemos documentación verosímil: la iglesia, los huertos, la biblioteca, las celdas, e incluso hasta las cocinas o el refectorio… Y es que muchas veces, cuando acometemos una narración de tintes históricos, es mejor sugerir que dar por sentado, y es la sugerencia la que precisamente consigue el marco de credibilidad que necesitamos para desarrollar lo que nos proponemos.

            De esa manera, y aunque parezca mentira, es muy poco lo que tuve que decir de la Montserrat medieval. Igual que fue muy poco lo que pude apreciar de la Montserrat medieval cuando la visité. Al mismo tiempo, y cuando caminas por aquellos senderos y dejas a la vista deambular por las faldas de los agudos montes mientras el viento te silba en los oídos y el olor a bosque cálido te empapa la nariz, es muy fácil darse cuenta de que Montserrat sigue siendo un lugar especial. A pesar de todos los siglos transcurridos desde la época de la peste negra, las cosas más importantes no han cambiado en absoluto.

Házael González

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