Lo que voy a contar es literal, quien no se lo quiera creer es libre de hacerlo.

Iba yo a correos a buscar un paquete de cómics franceses del que tenía el número de referencia. Tras esperar rigurosamente la cola y darle el número a la funcionaria, ésta lo chequea varias veces en el ordenador y me dice que por ese número no encuentra nada. Siento el siguiente comentario porque prejuzgar a la gente no es algo de lo considere yo que uno deba de estar orgulloso uno, pero es vital para entender lo que viene a continuación: la pinta de aquella mujer empujaba a creer que estaba llevando a cabo un trabajo que no le entusiasmaba, del que estaba hasta las narices, dándole absolutamente igual el paradero del mismo; rozaba los 55 años, taciturna, cara de aburrimiento, gafas, pelos rubios teñidos con rizos, vestida a la última de los años 60… una trabajadora sin duda ejemplar.

Frustrado, sabiendo que mi paquete estaba allí (se me olvidaba decirlo: horas antes había llamado preguntando por el mismo y un trabajador me había confirmado que estaba allí), le insistí por las buenas (su pinta era precisamente la de una persona con la que era mejor no discutir). De nuevo la negativa por respuesta.

Decido apartarme, salir del recinto, llamar a la oficina para que me comprueben el número que tenía apuntado en el ordenador. Tras asegurarme de que era el mismo entro de nuevo y, con el rabo entre las piernas, dejando el orgullo de banda y queriendo únicamente mi paquete le digo: “Efectivamente, el número estaba mal, aquí tiene anotado el bueno”. Una sonrisa de par en par en la cara de la funcionaria me indica que al menos volverá a buscarlo por el ordenador. Segundos después se gira, y con otra sonrisa de satisfacción igual en la boca me dice: “Ahora sí, aquí está, este número si es correcto”.

Hay que joderse.